Alberto Morlachetti creó hace 40 años la Fundación Pelota de Trapo para
niños en riesgo de exclusión. Cuenta con varios talleres, biblioteca, escuela y
hasta una agencia de noticias
Alberto Morlachetti es quizá uno
de los argentinos que más conoce sobre la realidad de los niños en situación de
riesgo social. Nació pobre, trabajó desde pequeño, se graduó de sociólogo, pero
prefirió dedicarse a los chavales como los que él mismo había sido. De 71 años,
hace 40 comenzó a crear lo que hoy es la “Fundación Pelota de Trapo”, que cobija a 25 niños en un hogar,
recibe a otros 200 durante el día, da recreación y alimento a otros 175, cuenta
con talleres escuela de imprenta y panadería, una biblioteca, una escuela de
educadores populares y una agencia de noticias.
Morlachetti se mueve por los niños: "No
habría renovación humana si no nacieran chicos. Hay que confiar en que ellos
son como heraldos que traen algo nuevo. Uno podrá pensar que es pensamiento
mágico. Y sí, la vida tiene pensamiento mágico y pensamiento científico. La
utopía de construir una sociedad más justa tiene mucho de pensamiento
mágico". "Yo tuve una vida muy parecida a ellos. Era obvio que tenía
una especie de mandato que cumplir. Sabía que debía estudiar, terminar la
facultad, pero en cuanto terminara debía dedicarme a trabajar con chicos porque
era lo que a mí me gustaba y lo que yo sentía. Aparte siento una empatía
profunda con esa edad de la vida, la del asombro, de las preguntas hermosas, es
la edad en que la palabra no está contaminada, en la que los chicos tienen
miradas, gestos, palabras que son como piedras preciosas, uno se va renovando
permanentemente".
"Siempre
quise trabajar con los chicos. En 1974, si bien había pobreza, no era esta
pobreza que se palpa. Los pibes tenían cierta contención, eran abrazados por
los barrios, que no expulsaban, como hoy", compara Morlachetti. Lo que
comenzó con partidos de fútbol y chocolate caliente derivó en la creación del
hogar de día Casa del Niño. "Los pibes necesitan abrazos, cariño,
vínculos. Entonces los llevaba a jugar campeonatos, premiaba el esfuerzo, el
buen compañerismo, o que uno hizo dos faltas en lugar de 23. Mis compañeros
docentes de la facultad veían esto como una ridiculez, pero yo lo veía como
central. Me decían: 'Pero vos sos inteligente, tenés que estar en la
cátedra". Años después yo les dije: 'El problema de ustedes es que venían,
me miraban, metían un zapato en el barro y después tiraban el zapato. Ustedes
no querían estar en este mundo, ustedes quieren investigar papeles tras papeles,
pero la teoría nace de tu propia experiencia. Por eso yo nunca quise irme del
barrio, porque sería irme del lugar donde uno gestó la utopía", se explica
Morlachetti.
"Esta obra fue el reflejo de
este país. La Casa del Niño permitía que los papás o las mamás fueran a
trabajar, uno compartía la crianza del chico, trabajábamos con su cuerpecito
para que la desnutrición no empezara a tallar su estética de horror",
recuerda Morlachetti.
En 1982 comenzó con el hogar
Pelota de Trapo, cuando "aparecieron los primeros chicos de la calle"
en las estaciones de tren. Allí niños del barrio juegan al fútbol, van a la
piscina que donó un empresario o se comen un sándwich que les reparte Norma.
"No damos de comer por un carácter caritativo, que desechamos. Lo hacemos
porque son pibes que colaboran con el lugar, con el corte de yuyos, con
desmalezar la vía (del tren), forestar el lugar, hoy Pelota de Trapo tiene
sombra y antes era un desierto", continúa el sociólogo.
El educador popular considera que
la pobreza actual en Argentina es "más intensa y cruel" que cuando él
comenzó su proyecto hace 40 años. Además, el cuerpo social tenía unos
mecanismos de defensa que hoy no los tiene. Habría que pensar qué le ocurre a
la sociedad que festeja cuando matan a un chico porque está asolando el barrio,
y no entiende que ese chico es producto de una sociedad que lo ha abandonado.
Hemos llegado al absurdo de creer de que hay que protegerse de los niños y no
ampararlos", dispara contra los proyectos de ley de algunos políticos a
favor de bajar la edad de imputabilidad penal de 16 a 14 años.
"El sistema estaba cambiando
y el Estado del bienestar se despedía para siempre y nos dejaba un estado
neoliberal, feroz, que convertía a los chicos en excedentes demográficos. Hoy
me mueve lo mismo que me movía cuando empecé, yo creo que los chicos merecen
vivir, todos. A mí me asusta, más que la guerra de Irak, ver al hombre
contemporáneo consumir hasta el final de sus vidas, eso no tiene ningún destino
para nuestra condición humana, hemos nacido para nada, cuando en realidad hemos
nacido para transformar y embellecer el mundo", sentencia Morlachetti.
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